miércoles, 16 de septiembre de 2015

“Amores difíciles, tiempos de chat”, Un “punch” a la visión del sexo gay

Por Natalia Molinos

Historiadora y Crítica de Arte

El culto al sexo en una pirámide sagrada, que realza la sublimación de la existencia en un virus VIH, puesto sobre dos penes confrontados y siete condones todo ello realizado en cristal soplado, conformando con las siete fotografías puestas en contenedores igualmente transparentes una obra... y es que hasta el material utilizado tiene connotaciones, porque estamos hablando de sexo entre dos hombres.

Manuel Velandia es el autor de “Amores difíciles, tiempos de chat”,  una instalación que agrupa varias técnicas artísticas, desde la fotografía a la escultura, pasando por objetos de consumo masivo adquiridos, por supuesto en relación con el sexo, condones y lubricantes que se regalan al público, facilitando así la interacción con la obra. De lo menos lírico, pero muy práctico y necesario para preservar de enfermedades ya que el punto alto de esta pirámide-instalación es el virus del VIH realizado en cristal soplado, un tema que no se debe obviar al hablar de relaciones sexuales.
Siete son en el número de esculturas, siete el número de imágenes que forman la instalación, repitiendo el número arcano de la exposición en la que se incluye esta pieza. Se trata de una cifra mágica, sagrada, ritual, que parece representar la herencia cultural. Siete son los días de la semana, los colores del arco iris, los pecados capitales.
Velandia –primer refugiado político en España por discriminación sexual, sociólogo, filósofo, sexólogo, poeta, artista- ha sido toda la vida un activista. Pero lejos de la provocación agresiva, su obra se presenta de forma amable, casi como un juego, con un gran sentido del humor. El espectador se enfrenta a unas piezas en las que la evidencia de los genitales, de las imágenes sexuales, nos arranca sonrisas pueriles. Esta aparente frivolidad, la gracia, se conjuran en las piezas de Velandia para lanzar de forma eficaz un mensaje claro y contundente, claramente reivindicativo, pero que con este lenguaje amable y simpático logra convertir a su causa al público.
Sus piezas tienen la virtud de “educar” al espectador. En la base de la instalación, siete fotografías se disponen en línea ante nuestros ojos acercándonos al universo del sexo gay. Dispuestas en cajetines transparentes, nos recuerdan los contenedores para postales, los folletos explicativos en las salas de museos… pero también los armarios en que algunos homosexuales pretenden esconderse. Y es que hay mucho de informativo en estas imágenes que nos presentan a un hombre diferente del arquetipo heterosexual masculino habitual, el mayoritario. Este hombre es un varón al que le atrae sexualmente su propio género pero que no tiene un patrón definido, existe una variedad infinita desde el gay en exceso “macho” al casi mujer, ya sea transgénero, feminizado o simplemente que juega al rol femenino en la pareja.
Un universo representado en siete imágenes –como los colores del arco iris- en las que se suceden escenas de sexo. Variadas posiciones y situaciones de parejas representadas por modelos-figurines de dibujo o muñecos, que recogen momentos en las relaciones sexuales, fuertes, tiernas, transgresoras, juguetonas. Los muñecos, los modelos, alejan al espectador, sobre todo al heterosexual de imágenes que hieran su sensibilidad, Velandia traslada las escenas de sexo al imaginario del observador.
La identidad del “gay”, del homosexual, del transexual, se diluye, porque al igual que el heterosexual, no hay realmente un tipo único, sino una gran variedad de identidades, personalizadas en cada individuo y que dan lugar a innumerables posibilidades de interrelacionarse, especialmente desde que existe la red y las nuevas tecnologías que han representado para la comunidad gay, una oportunidad desconocida hasta hace poco para encontrarse de manera anónima o visible con otro individuo y quedar para mantener relaciones sexuales, como los chats especializados. Los homosexuales pueden actualmente, conocerse más fácilmente y establecer contactos sexuales puntuales o comenzar relaciones más estables (de eso nos habla con la escultura díptica de dos penes, confrontados), si eso desean, pero también está presente en todos estos encuentros la posibilidad de las enfermedades de transmisión sexual, como nos recuerda la pieza de cristal del Virus con la que se remata la obra.
Velandia nos recuerda con esta instalación que el sexo, la genitalidad, depende siempre de sus protagonistas, que todo está permitido si los implicados lo desean, que el sexo –y el amor- de los homosexuales, no es tan diferente, secreto, extraño al de los heterosexuales, que el sentido del humor hace las cosas más cercanas, posibles y positivas y que el arte puede ser reivindicativo sin perder mi un ápice de plasticidad y disfrute a los sentidos.

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